Transformar el discurso en acción es una tarea difícil dentro del ámbito empresarial. La puesta en práctica de teorías y planes destinados a mejorar la productividad, motivar al talento humano o proyectar una buena imagen de la compañía, se ve condicionada por variables de todo tipo donde los líderes tienen la responsabilidad de conducir los procesos orientados al cumplimiento de los objetivos de la organización. Como se planteará más adelante, la efectividad del liderazgo no depende de los discursos motivadores o las reprimendas, sino de la capacidad para integrar talento humano y recursos de manera eficiente, para alcanzar los propósitos empresariales.
La comunicación asertiva es una de las herramientas esenciales del buen liderazgo. La fluidez de los procesos y la armonía del entorno laboral dependen, en gran medida, de la capacidad de trasladar al equipo de trabajo cuáles son las tareas a realizar, los propósitos que se quieren alcanzar a través de las mismas y la contribución que se espera de cada uno.
La comunicación es un proceso de emisión y retroalimentación de la información donde la empatía se convierte en otro elemento fundamental en la interrelación con el talento humano. El líder puede tener una visión más completa de la situación de la empresa si escucha con interés y atención a los colaboradores. Además, también si trata de comprender sus circunstancias y aspiraciones, mientras toma nota de las sugerencias que aportan.
Las habilidades comunicativas del líder se complementan con su capacidad para convencer, en lugar de imponer. Por ejemplo, en la puesta en marcha de un nuevo plan o esquema de trabajo, el responsable será capaz de exponer a su equipo las ventajas y beneficios de la estrategia, en lugar de simplemente trasladar una orden para que se cumpla.
Cuando el líder pone en práctica su capacidad de convicción en la comunicación con los colaboradores, así como la asertividad y la empatía, gana su confianza y reafirma su autoridad. Y, por si fuera poco, sin necesidad de grandes discursos llenos de consignas.
Los directivos que alardean de su posición siguen siendo muy frecuentes en el ámbito corporativo. Aunque no demuestran talento para liderar grupos de trabajo, se promocionan a sí mismos como responsables de éxito, cuando realmente solo poseen la habilidad de emitir discursos persuasivos con los que ganar credibilidad y prestigio frente a su equipo, sus superiores y ante clientes o proveedores.
En cambio, el líder auténtico es muy consciente de la responsabilidad que implica gestionar un grupo de colaboradores. Por eso, prefiere mantener una actitud de apertura hacia el aprendizaje constante antes que presumir de superioridad o reclamar protagonismo. En resumen, sus actitudes destacan sobre su discurso.
A continuación, enumeramos otras de las principales cualidades que caracterizan a un buen líder:
Por un lado, un líder auténtico se identifica con los objetivos de la compañía, además de ser responsable y puntual. También demuestra dedicación en su trabajo y presta ayuda cuando se le solicita. Por muy básicas que parezcan, estas cualidades refuerzan su pertenencia a la empresa y a un equipo de trabajo.
Un líder auténtico asume la circunstancia de su liderazgo como una oportunidad de generar opciones de crecimiento para su grupo de trabajo, para la empresa y para sí mismo. En este sentido, su perspectiva es integradora. Por tanto, comparte sus conocimientos y experiencia, incentiva a su gente y utiliza las facultades que le confiere su posición en beneficio de todos.
El líder tiene capacidad de planificación. No solo define las acciones, sino que también determina los tiempos viables de ejecución. Además, asigna con precisión las actividades que cada miembro del equipo debe realizar y gestiona los recursos necesarios para ejecutar las mismas.
Como propietario o director de un área de la compañía, el líder delega funciones de acuerdo a las competencias de cada colaborador. Sin embargo, también les motiva a prepararse para asumir otras responsabilidades, de acuerdo a sus aptitudes y talentos. De esta manera, habilita y ofrece oportunidades de aprendizaje y desarrollo a los integrantes de su grupo de trabajo.
La inteligencia emocional es otra de las facultades indispensables que el buen líder debe cultivar a diario. La atención consciente, la percepción cuidadosa de las situaciones que pueden crear conflictos, la identificación de las respuestas emocionales nocivas y la sustitución de estas por actitudes más adecuadas, son herramientas necesarias en todos los ambientes laborales. Más aún, quienes dirigen grupos de trabajo deben fomentar, en la medida de lo posible, el conocimiento y práctica de dichas habilidades entre sus colaboradores.
Un gran líder está abierto a la innovación y a los cambios que promuevan mejoras tanto en los productos, servicios y procesos, como en las condiciones de trabajo y bienestar del talento humano en la compañía.
Las actitudes consideradas y resumidas aquí conforman un perfil bastante exigente para los cargos de dirección en las compañías y para los responsables de grupos de trabajo. También es cierto que buena parte de las cualidades consideradas en el texto se adquieren con la experiencia y la práctica continuas. Además, cada ambiente laboral posee sus características particulares, lo que influirá de manera determinante en la aplicación de dichas actitudes.
Especialmente, quienes están comenzando a dirigir equipos y quienes aspiran a hacerlo, deben indagar sobre estas y otras propuestas sobre el liderazgo efectivo. Al mismo tiempo, es necesario adaptar y aplicar las actitudes propuestas en la medida que las circunstancias lo requieran. Así, la calidad del liderazgo irá tomando forma, mientras se identifican y descartan comportamientos relacionados con la necesidad de protagonismo o la tendencia a recurrir al discurso para destacarse.
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