Las últimas décadas del siglo XX fueron particularmente productivas en la aplicación de programas de management. Estos programas están orientados a una mayor participación de los trabajadores en las decisiones relativas a la mejora de la calidad de los productos y servicios; además de las relaciones que guardan relación entre sí, como la optimización de los recursos y el control de procesos. Durante esos años, multinacionales como Ford Motor Company ponían en práctica el liderazgo impositivo, tanto en sus líneas de producción como en sus dependencias administrativas. Esto trajo consigo resultados más que satisfactorios, según el testimonio de los responsables de la iniciativa.
Esto se debe a que iban más allá del salario y de los beneficios asistenciales del recurso humano para estimular su dedicación al trabajo. Quien aportaba una idea factible para aumentar la productividad en su área de responsabilidad, implicando desde un ahorro de tiempo o material, hasta la prevención de accidentes, no sólo recibía bonificaciones o aumento de ingresos, sino que también podía ser promocionado o destacado por su logro entre los compañeros, y ser seleccionado para programas de formación especiales dentro o fuera de la compañía.
En otras palabras, ya no se trataba únicamente de ascender de puesto o incrementar el sueldo a quien producía más casi mecánicamente, sino también, a quien además de lo anterior, demostraba más creatividad e interés en lo que estaba haciendo. La diferencia estaba en la motivación.
Junto al cambio de paradigmas que traían estos sistemas de gestión empresarial, aparecía una necesidad más que evidente para llevarlos a cabo. Hablamos de gerentes capaces de ir más allá de las atribuciones de organización y supervisión, para convertirse en líderes motivados y con la habilidad de motivar a su grupo de trabajo.
Probablemente, a esto se debe en parte la evolución del término de management. Este concepto ha venido superando los esquemas del jefe impositivo y malhumorado y que infunde más temor que respeto a un responsable con tendencia a guiar y no a mandar.
Casi treinta años después de la experiencia en Ford Motor Company, estamos viviendo la transformación de la figura directiva en recursos humanos en coach personal, es decir, capaz de apoyar al equipo a su cargo en el desarrollo de sus habilidades y objetivos profesionales particulares y no sólo en lo estrictamente relacionado con las necesidades de la empresa.
En breves líneas, el coaching es un proceso de entrenamiento y aprendizaje, apoyado en el asesoramiento de un coach. A través de la cual se adquieren actitudes útiles para lograr objetivos en diversos aspectos de la vida. El éxito devenido de su aplicación en lo personal, a decir de muchos individuos, seguramente ha influido en la temprana implementación del coaching en el ámbito empresarial. En este el propósito es el de estimular el potencial y la capacidad de aprendizaje del trabajador para obtener un incremento sustancial de su desempeño.
Al entender el coaching como una disciplina en expansión y no como una teoría de superación, es coherente asumir que su presencia en las corporaciones forma parte de esta evolución en la gestión del talento humano.
Especialistas definen a un coach como un ejecutivo que incorpora los principios del coaching en su relación con el equipo de trabajo. La finalidad es que este aprenda de su propia reflexión y sea capaz de encontrar soluciones a sus problemas.
Es pertinente complementar el perfil del coach con actitudes como: conocerse bien, asumir las limitaciones, saber exigirse para mejorar la condición de “agente conversacional activo”. Todo esto te permitirá hacer aportes eficaces al grupo que diriges. El liderazgo enriquecido con dichas características causa un impacto positivo en todos los niveles de la organización.
Desde la irrupción de novedosos programas de management hasta la aplicación actual del coaching en el ámbito empresarial, hemos presenciando un proceso de cambios en la gestión de los recursos humanos. Esto ha permitido establecer una relación de confianza con los trabajadores, cuya finalidad trasciende el simple incremento de la productividad. Con ella se podría alcanzar lo que denominamos un entorno productivo positivo.
Aunque aún existan vestigios del tipo de liderazgo impositivo en muchas empresas, el crecimiento del liderazgo motivador permitirá mejorar las relaciones entre empleados y empresa.
En RedNew consideramos que el liderazgo impositivo no es sólo una herramienta para el crecimiento individual del responsable que lo aplica; también, que debe convertirse en un elemento de transformación y superación. Y si te ha gustado este post, visita nuestros blog y encontrarás mucha más información interesante como los retos y oportunidades de la economía colaborativa.
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